La sociedad nos vende (o nos impone) unos cánones de belleza estereotipados con las proporciones "perfectas" que debe tener nuestro cuerpo, que parece que debemos cumplir para sentirnos plenos, o como poco, incluidos.
A lo largo de la historia, estos modelos de belleza han ido cambiando. En la Prehistoria, los hombres preferían a las mujeres de grandes senos y caderas anchas, ya que se asociaban a la fertilidad, la capacidad de parir y criar hijos sanos.
En el Renacimiento se ponen "de moda" los cuerpos redondeados, la tez blanca con mejillas sonrosadas, labios rojos, cabello rubio y largo, manos y pies finos y pechos pequeños y firmes,
Cuando pensamos en el Barroco nos viene a la mente el cuadro de "Las Tres Gracias" de Rubens: mujeres "rellenitas", de anchas caderas y estrecha cintura, con pechos más voluptuosos. En esos cuerpos se muestran "imperfecciones" como son la celutitis, la denominada "piel de naranja" o el abdomen flácido.
Ya más adelante, en la Época Victoriana (s.XIX), llama la atención el uso del corsé para estrechar la cintura y realzar el pecho y las caderas. El uso de esta prenda llegaba a dejar sin respiración a muchas mujeres, causándoles desmayos o incluso la deformación del tórax.
A lo largo del siglo XX han sido múltiples los ideales de mujer: desde Marylin Monroe hasta Pamela Anderson. El cuerpo de la mujer ha ido evolucionando en delgadez y pechos grandes. Por otra parte, el ideal femenino se ha estancado en los treinta y son muchas las mujeres que pasan por quirófano para tratar de "detener" el tiempo.
Si echamos la vista atrás, la historia, como suele ser habitual, nos da una lección importante: solo hemos de estar dispuestos a aprender de ella. La belleza es subjetiva, los estereotipos son cambiantes y lo que define a una mujer no es su talla, su altura, la redondez de sus senos o su piel tersa y brillante.
El atractivo de la mujer está en su personalidad, en lo que realmente la define como persona.
Y cada una somos diferentes: algunas tendrán una sonrisa arrebatadora, otras una conversación profunda, otras serán capaces de hacer reír, unas serán dulces y otras con un carácter fuerte y arrollador... cada mujer es diferente y en esa diferencia, en esa diversidad, está la auténtica belleza.
Tu belleza no está en el color de tus ojos, sino en el poder de tu mirada: en lo que transmites cuando miras a tu hijo con compasión, cuando miras el alma de tu pareja o de tu amigo, cuando brotan lágrimas de emoción o de perdón, cuando eres capaz de leer en la mirada del otro lo que necesita de ti. Da igual si tus ojos son marrones, azules o verde agua. Porque si la mirada es fría y calculadora, no será bella.
No podemos reducir nuestra valía a una talla, al peso, a la altura o a nuestras curvas. Y para ser respetadas primero hemos de hacernos respetar. Y eso... ¿cómo se hace? Pues queriéndonos, hablándonos a nosotras mismas con delicadeza y cariño, amando nuestras supuestas "imperfecciones", tratando a las otras mujeres como nos gustaría ser tratadas. Y a esto se le llama SORORIDAD.
No consientas que hablen de tu cuerpo como si de una cosa se tratara. Tu cuerpo te permite ser, es templo de tu alma, es el que te permite amar, entregarte, acoger y dar vida, trabajar, aprender... Tu cuerpo es muy poderoso.
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