LIDERAZGO, concepto que, de tanto “sobarlo”, se ha distorsionado y malentendido. En ocasiones puede llegar a confundirse con el hecho de ostentar un puesto de mando. Otras, con ser una persona con unas habilidades sociales tan marcadas que se es capaz de arrastrar a una gran masa de gente. Otras con el número de “followers” que tiene un “influencer”, independientemente de su trabajo o del contenido de calidad que publique.
Pero el liderazgo es algo mucho más sutil, más discreto y profundo. Algo que se gesta en la intimidad. Una cualidad que se basa en el autoconocimiento y la autoestima. Y es que una persona a la que se le atribuye la característica de “líder” es una persona que se ha trabajado a sí misma, que ha entrenado el autoliderazgo, que sabe reconocer sus errores y entenderlos como oportunidades y que a su vez puede expresar sin falsa modestia sus cualidades.
Un líder sabe decir NO a lo que le daña, sabe alejarse de las personas tóxicas y acercarse a aquellas que le hacen ser mejor. Un líder sabe marcar sus propias metas y planificar el recorrido para poder alcanzarlas, sabiendo que los errores, y el aprendizaje que se deriva de ellos, formarán parte de este camino.
Y ese trabajo de “pico y pala” hacia dentro, es lo que se proyecta hacia fuera: todos nos sentimos atraídos hacia las personas que saben lo que quieren, que expresan con claridad y argumentos profundos sus ideas. Nos sentimos atraídos por las personas que saben reconocer sus errores, pedir perdón y analizarlos para aprender de ellos. Nos gusta sentir que formamos parte de un todo y que nuestra contribución es importante: un líder te preguntará tu opinión, reconocerá tu experiencia y se rodeará de personas que considere mejores que él. Un líder escucha, y es que a todos nos encanta sentirnos especiales o únicos para el otro, y el líder sabe hacer esto: escuchar sin enjuiciar, hacer sentir a la otra persona que es importante.
¿Y dónde encontramos el origen de este concepto de liderazgo? Pues su origen viene de lejos. Los conceptos de “potestas” y “auctoritas” nacen en la Roma clásica y eran en los que descansaba el equilibrio del imperio romano.
La “potestas” era aquel poder político con capacidad para imponer decisiones mediante la fuerza o la coacción.
La “auctoritas”, por el contrario, era un poder moral, no vinculante, basado en el reconocimiento o prestigio de una persona, es decir, estaba socialmente reconocida. La “auctoritas” eran los estudiosos, respetados por su sabiduría y justicia. Y eran estos “sapientes” del Derecho los que, por su capacidad y buena reputación, podían formar parte del Senado y emitir opiniones cualificadas.

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